Barcelona, carrer Santaló
A las once en punto de la mañana del lunes, 29 de abril, mientras un cielo plomizo vertía la lluvia copiosa sobre Barcelona, y la perpleja ciudadanía —una mitad entregada y la otra, enfurecida— no quitaba ojos de la pantalla del móvil para asistir al desenlace bufo de la nouvelle comédie humaine monclovita, catorce frailes de la Provincia de la Inmaculada se reunían en el convento de la Ciudad Condal, carrer Santaló, como estaba previsto.
Junto a fraternidad anfitriona de Sant Antoni vino al encuentro — que dicen trobada en la lengua de Salvador Espriu y Josep Pla— la fraternidad de Sabadell (Barcelona) al completo (excepto Assisi, el célebre perro del colegio, protagonista de un reportaje televisivo de aquel mismo día), además del que esto suscribe, llegado de Madrid. Lo que hizo más sonora la ausencia justificable de los hermanos de Roma, Teruel y Zaragoza, que también pertenecen a la primera Zona de la entidad, aunque con mucha tierra, aire y mar de por medio.
Tras los saludos y la oración inicial, presenté a los frailes el Capítulo de las Esteras en su fase provincial, que se celebrará en Madrid durante los días 5, 6 y 7 de junio de los corrientes, con apertura la noche del día 4. La presentación incluía los preámbulos emanados de la Curia general, un temario que han estudiar las fraternidades, el calendario de las fases local, provincial, interprovincial y general, itinerario que concluirá en Asís el año 2025. Se insistió, por su complejidad, en la metodología para los análisis y deliberaciones, el aprendizaje formativo, y el no menos enrevesado envío de sus resultados a la Secretaría del Capítulo mediante un enlace digital.
Tras una hora de pausada información —despejados ya los previsibles enigmas monclovitas y los entuertos de nuestro tema—, las dos fraternidades catalanas eligieron su representante en el citado Capítulo provincial de las Esteras. Luego nos alargamos en preguntas y respuestas sobre algunos asuntos de la Provincia, de las casas allí presentes y del futuro incierto aunque mojado de esperanza. Y de allí a la mesa fraterna, en un ambiente siempre cordial y festivo, propio de esta ciudad mediterránea y cosmopolita.
Fuera, arreciaba el oscuro aguacero y nubes espesas: una bendición arrancada en rogativas del trono de la Moreneta (Rosa d'abril, Morena de la serra…), que hacía del tráfico urbano y de la estación de Sants un enjambre de viajeros, lenguas y equipajes.
Fray Antonio Arévalo Sánchez, OFM
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