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Creemos en la vida


26 noviembre 2020

El Evangelio de san Juan nos habla de Jesús, el Señor, como dador de vida y camino que nos lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte, en vez de dejar que nos abrume y supere, nos planteamos el sentido profundo de la vida.

Miremos, pues, si hemos encontrado el camino que nos llena de energía y nos colma de esperanzas. Ante la muerte tomemos la vida con más fuerza y voluntad, desde el camino que da sentido a nuestra esperanza, ahora y siempre, animados y fortalecidos por la espiritualidad franciscana.

Ante la tristeza de perder a una persona amada, os invito a recordar todo lo que uno sepa del amor, de la amistad, la ayuda, la bondad… que el amigo nos ha dado; porque si sabemos que en su vida ha habido amor y así lo hemos experimentado, sabemos que ese amor nunca se pierde, no se entierra, y que todo el amor que vivimos por pequeño que sea, Dios −que es AMOR más grande− lo recoge y lo recibe para siempre: El que ama se encuentra con Dios, «porque Dios es amor» (1 Jn 4,8). Lo que más me preocupa es el dolor de las familias y comunidades que no han podido decir adiós a la persona que quieren, porque los que mueren se encuentran con las manos misericordiosas de Dios que los ha recibido en casa, donde hay muchas estancias, y nos ha preparado sitio (cf. Jn 14,2).

San Francisco de Asís se preparaba sin temor alguno para recibir a la «hermana muerte», pues nos abre de par en par las puertas hacia la plenitud de vida junto a Dios. La muerte no es el final del camino, sino −al contrario− es la fiesta del regreso al origen del Dios creador, que no deja de amarnos y que, con el nacimiento de Jesús en Belén, nos ha llenado de ternura dándonos cabida en un inmenso horizonte, en el que todos nos encontraremos con esa vida plenificada en Dios.

Desde la vida con Dios, la muerte es como una realidad diferente: muchas cosas que tanto valoramos ahora, se ven como realidades intrascendentes; desde la morada de Dios, la vida cobra sentido: el amor, la compasión, el perdón, la acogida al hermano, la disponibilidad y el pasar desapercibido como el grano de trigo bajo tierra… (cf. Jn 12,24).

Una presencia nueva comienza. No desembocamos en el vacío, nos queda lo mejor de la vida del amigo, lo que nada ni nadie puede borrar: sus palabras, sus sonrisas, sus gestos, su amor.

Fray Severino Calderón, ofm.

In memoriam del Hno. Jesús Berrueta López de la Calle, ofm


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